Primera entrega

A Higashi


Lo conocí hace ya algunos años, su inteligencia no se dejaba ver y eran raras las veces que saltaba entre nosotros para impostarse como la verdad, verdad de la que hasta él se sorprendía.
Yo había viajado por todo el mundo: Francia, Bélgica, Holanda, India, Palestina, Líbano; sin embargo, sólo aquí había encontrado mi lugar.
Él conocía el mundo por medio de los libros, quería conocerlo en persona cosa que a mi ya me tenía cansada (avión-pasaporte-equipaje-hotel-avión-equipaje-pasaporte), por el momento no quería hacerlo de nuevo.
Cuando llegué al Instituto me encontré con él e inmediatamente se acercó, me confundió con una alumna y me empezó a hablar del procedimiento de la tesis de maestría. Yo inventé una hipótesis sobre El libro del buen amor que llegaba desde Platón, Safo, Ovidio, La biblia hasta llegar a Freud, Lacan, Foucautl, etc.
Él me miró. Me miró como los maestros ven a los alumnos cuando ellos se valen por sí mismos…yo no pude más y solté una gran carcajada, le confesé que no era alumna, que era la nueva investigadora del equipo.
Él, rojo, rojo, como sólo él sabe ponerse, me pidió disculpas por aquella confusión, yo le dije que no había por qué, que al contrario me había alagado y con una leve sonrisa concluimos el asunto. Ese fue el primer encuentro.
Poco tiempo pasó, él me pidió mi número y fuimos a ver libros, al cine, al museo, al teatro o simplemente caminábamos…hablábamos del mundo; él, expuso su pasión por el mundo medieval; yo, hablé de mi pasión por los escritores del “desencanto”; él, me confesó su afección por los gatos; yo, la mía por los perros; él, me contó la gran decepción de no haber conocido a Lutero; yo, mi trauma de no haber conocido a Cervantes; él, me dijo que le hubiera gustado nacer en el Renacimiento; yo, le dije que tenía varias épocas en mente, pero que quizá no me hubiera ido tan mal en los 30s o 40s; él, decía que concebía el mundo como una maraña de locos; yo, lo concebía azul; él, juró que no me dejaría; yo, lo abracé fuerte, fuerte.